domingo, 26 de abril de 2009

Para Luis.



El otro día, mientras llovía serena y abundantemente, recordé un cuento de Mario Benedetti. Me gusta el olor a la tierra mojada y la sensación de la atmósfera limpia, y me hace recordar...

"El sexo de los ángeles"



"Una de las más lamentables carencias de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato nunca confirmado de que los ángeles no hacen el amor, quizás signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales. Otra versión, tampoco confirmada, pero más verosímil sugiere que, si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos por la mera razón que carecen de erotismo lo celebran, en cambio, con palabras, vale decir, con las orejas. Así, cada vez que Ángel y Ángela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y sentarse mediante el intercambio de miradas, que, por supuesto, son angelicales. Y si Ángel para abrir el fuego dice "Semilla", Ángela para atizarlo responde "Surco". Él dice "Alud" y ella tiernamente "Abismo". Las palabras se cruzan vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos, Ángel dice "Madero" y Ángela "Caverna". Aletean por ahí un ángel de la guarda misógino y silente y un ángel de la muerte viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe. Sigue silabeando su amor. Él dice "Manantial" y ella " Cuenca". Las sílabas se impregnan de rocío y aquí y allá, entre cristales de nieve, circula en el aire, sus expectativas. Ángel dice "Estoqueo" y Angela radiante, "Herida", el dice "Tañido" y ella dice "Relato". Y en el preciso instante del orgasmo intraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos se estremecen, entremolan, estallan y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo."

sábado, 25 de abril de 2009

La niña del helado.



Eleanor no sabía qué le pasaba a su abuela. Siempre se olvidaba de todo: dónde había guardado el azúcar, cuándo vencían las cuentas y a qué hora debía estar lista para que la llevaran de compras a la tienda.
-¿Qué le pasa a la abuela? -preguntó-. Era una señora tan ordenada... Ahora parece triste, perdida, y no recuerda las cosas.
-La abuela está envejeciendo- contestó mamá.- En estos momentos necesita mucho amor, cariño.
-¿Qué quiere decir envejecer?- preguntó Eleanor-. ¿Todo el mundo se olvida de las cosas? ¿Me pasará a mí?
-No, Eleanor, no todo el mundo cuando envejece se olvida de las cosas. Creemos que la abuela tiene la enfermedad de Alzheimer y eso la hace más olvidadiza. Tal vez tengamos que ponerla en un hogar especial donde puedan darle los cuidados que necesita.
-¡Oh, mamá, qué horrible! Va a extrañar mucho su casa, ¿no es cierto?
-Tal vez, pero no hay otra solución. Estará bien atendida y allí encontrará nuevas amigas.
Eleanor parecía apesadumbrada. La idea no le gustaba en absoluto.
-¿Podremos ir a verla con frecuencia?- preguntó-. La voy a extrañar, aunque se olvide de las cosas.
-Podremos ir los fines de semana -contestó mamá-. Y llevarle regalos.
-¿Un helado, por ejemplo? A la abuela le gusta el helado de fresas- sonrió Eleanor.
La primera vez que visitaron a la abuela en el hogar para ancianos, Eleanor estuvo a punto de llorar.
-Mamá, casi toda esta gente está en silla de ruedas- observó.
-La necesitan; de lo contrario se caerían- explicó mamá-. Ahora, cuando veas a la abuela, sonríe y dile que se la ve muy bien.
La abuela estaba sentada, muy sola, en un rincón de lo que llamaban la sala del sol. Tenía la mirada perdida entre los árboles de afuera. Eleanor abrazó a la abuela.
-Mira- le dijo-, te trajimos un regalo: helado de fresas, el que más te gusta.
La abuela tomó el vaso de papel y la cucharita y empezó a comer sin decir palabra.
-Estoy segura de que lo está disfrutando, cariño- le aseguró la madre.
-Pero parece no conocernos- dijo Eleanor, desilusionada.
-Tienes que darle tiempo -explicó mamá.- Está en un nuevo ambiente y debe adaptarse.
Pero la próxima vez que visitaron a la abuela sucedió lo mismo. Comió el helado y sonrió a ambas, pero no dijo palabra.
-Abuela, ¿sabes quién soy? -preguntó Eleanor.
-Eres la chica que me trae helado- dijo la abuela.
-Sí, pero también soy Eleanor, tu nieta. ¿No te acuerdas de mí? -preguntó, rodeando con sus brazos a la anciana. La abuela sonrió levemente.
-¿Si recuerdo? Claro que recuerdo. Eres la niña que me trae helado.
De pronto, Eleanor se dio cuenta de que la abuela nunca la recordaría. Estaba viviendo en su propio mundo, rodeada de recuerdos difusos y de soledad.
-¡Siento mucho amor por ti, abuela! exclamó-. En ese momento vio rodar una lágrima por la mejilla de su abuela.
-Amor -dijo-. Recuerdo el amor.
-¿Ves, cariño? Eso es todo lo que desea -intervino mamá-. Amor.
-Entonces le traeré helado todos los fines de semana y la abrazaré aunque no me recuerde- resolvió Eleanor.
Después de todo, recordar el amor era mucho más importante que recordar un nombre.







Este cuento lo había puesto en mi otro blog, y como lo he borrado de allí, pongo aquí los dos comentarios que tenía, que no me gusta borrarlos.

killbillxxl dijo...
allí hay que estar, mil besos
17 de abril de 2009 10:14
aliere dijo...
Me ha enternecido la historia porque mi abuelo es uno de los que me llama por cualquier nombre de sus nietas, e incluso de sus hijas. Pero no importa, algún día seremos nosotros los que recordemos cosas de nuestra niñez pero no qué acabamos de comer. Lo bueno es que otros estarán ahí, como nosotros estamos ahora.Cambiando radicalmente de tema, desde mi blog te he enviado un meme. No sé si te gustan o te parecen una memeZ, pero por si te apetece hacerlo lo tienes aquí: http://aliere.blogspot.com/2009/04/el-meme-de-gordi.htmlUn abrazo.
22 de abril de 2009 2:39